Wednesday, September 22, 2010

Odas a mi casa – Capitulo 1

Yo siempre quise vivir en esa casa, desde que la vi por primera vez, siempre desde ese momento.

Cuando era chico y pasaba con el colectivo la miraba y pensaba en todo lo que se podía hacer. Sin conocerla, me imaginaba corriendo por las habitaciones, jugando con amigos, mirando la televisión, hasta me imaginaba en mi propia habitación, que iba a ser amplia y llena de mis cosas. Hasta que un día se me dio.

Yo ya era grande y mi familia decidió darse el gusto de mudarnos. Lo primero que hice fue averiguar si estaba en alquiler, llevándome tremenda sorpresa al saber que cabía la posibilidad de que yo corone mi sueño de años. Sin pensarlo dos veces, disuadí a todos para ir a verla y convencerlos de hacerla nuestro nuevo hogar. Y con el pasar de los años mi habitación, que no era tan grande y espaciosa como me la imaginaba, fue llenándose de mi personalidad. Nadie podía llegar a negar que estas paredes no eran mías, si hasta parecían levantadas y decoradas por mí. Yo podría haber construido mi habitación a placer y capricho.

Poco a poco, el tiempo fue pasando y mi familia decidió dejarme solo en mi casa ideal.

Lo primero que hice fue organizar una fiesta con amigos. Pese a que ese día volví cansado del trabajo, compre bebidas, comida, arregle el comedor, puse música y uno a uno fueron llegando. Como la pasamos muy bien, las fiestas se hicieron semanales. Nos juntábamos a jugar a las cartas, comer, tomar, tocar la guitarra, discutir sobre los grandes temas de la vida que nos pasaban por al lado por no ser tipos comprometidos nada más que con nosotros mismos y, tal vez, entre nosotros y demás quehaceres grupales.

Yo, particularmente, me sentaba muy cómodo en el comedor a escuchar música y leer libros, a la luz de la lámpara en esta cómoda silla que tuvieron a bien dejarme (la casa había quedado bastante bien amoblada, contaba con lo mínimo indispensable). Fue muy placentero saber que tenía mi propio lugar en el mundo, algo así como un útero materno edilicio en el que se pasa frio o calor dependiendo de la estación del año. El silencio que se escuchaba era algo impagable, casi como que los ruidos de los vecinos, a los que casi no conocía, no importaban. Así es como empecé una relación especial con mi cama, mis libros, mis discos y todo lo que me rodeaba.

Siempre que llegaba del trabajo desconectaba el teléfono para dormir tranquilo una siesta sin que me molesten. Los insultos que esto despertaba eran tremendos, desde el pase de factura por desoír un pedido de ayuda o el simple rechazo a recibir un saludo de mis amigos. Al principio a veces me olvidaba de volver a conectarlo, después fue a propósito. Algo parecido pasaba con el timbre, conseguí que un electricista creara una manera fácil de apagarlo y prenderlo a mi gusto para evitar molestias. Así es como mi casa se fue volviendo mi palacio propio y totalmente privado. Con todo lo que mi mundo tenía para ofrecerme, las noches se me hacían largas y a veces me quedaba dormido y llegaba tarde al trabajo. Hasta que un día simplemente deje de ir. Cuando necesitaba hacer compras, simplemente llamaba a algún supermercado y pedía que la trajera a domicilio. El tema era no dejar mi casa.

Pero el punto final a las visitas fue una noche que organicé una fiesta REALMENTE grande para festejar mi despido y, simplemente, no atendí al timbre ni a las llamadas. Según tengo entendido, al principio creyeron que me había pasado algo porque veían por las ventanas las luces prendidas y después entendieron que no estaba, porque una vecina les dijo que no se preocuparan porque me había visto salir, que esperasen. Desde ese día que están los platos y las copas en la mesa y yo me dedico a leer libros a la luz del sol del invierno, feliz como nunca antes lo había estado.

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

No.

8:19 PM  

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